“Los padres no han sido muy bien elaborados por la literatura y yo quería escribir de padres que les costaba ser padres, pero que tuvieron que afrontarlo y lo llevaron adelante”
Con el escritor colombiano Gilmer Mesa.
Una versión más breve de esta entrevista fue publicada en la revista digital Intervalo/Escaramuza.
Gilmer Mesa nació en Medellín en 1978 y vive allí desde entonces. Más precisamente en el barrio Aranjuez, que da nombre a su más reciente novela, en la que la muerte del padre dispara una narración que es un homenaje a su progenitor, pero también, y especialmente, a un barrio y a su gente, a una comunidad y a una manera de relacionarse entre quienes la integran, que quizás también haya muerto.
Al igual que en su celebrado debut (La cuadra, Penguin Random House, 2016), Mesa pone al barrio y a sus habitantes -incluido él mismo- en el centro de la escena, en este caso para contar la relación con su padre, en un intento desesperado por reconstruir una vida desde la memoria, de evitar que la muerte se lleve también los recuerdos de una persona a la que le han arrebatado la posibilidad de rememorar su propio pasado.
Tras abordar el conflicto armado en la zona rural de Colombia con Las travesías (PRH, 2021), Mesa regresa al barrio que lo vio nacer y crecer con una novela que es testimonio de una realidad marcada por la violencia, la desigualdad y la injusticia y a la vez una reflexión poderosa y sincera, de una sensibilidad muy profunda, por momentos conmovedora, sobre el vínculo padre-hijo, sobre la trinchera de la amistad, sobre la pérdida irreparable de lo que se amará para siempre.
Aranjuez, la novela, está dedicada al “entrañable y contradictorio barrio de Aranjuez”. Puedo imaginar por qué entrañable, pero quería saber por qué contradictorio.
Aranjuez es un barrio contradictorio, como todos los barrios contradictorios de América Latina, porque es un barrio que fue muy violentado durante una época larga, pero a su vez también es un barrio donde se mueve mucha solidaridad, donde la gente aprendió como a quererse en medio de todas estas cosas tan complicadas que estaban pasando, en donde hay de todo, hay como mucha envidia, pero también hay mucha empatía. Casi que es un oxímoron. Y ya lo que es lo personal, a mí es el barrio que me ha dado cosas fundamentales para mi vida, pero también me ha quitado otras. Mataron a mi hermano, mataron a grandes amigos, pero también aprendí ahí que la vida se la puede buscar por la amistad, que la amistad es una cosa seria, que hay una idea como de familia extendida entre desconocidos que terminan siendo casi que familia en esos barrios populares. A mí siempre me ha parecido muy contradictorio, de verdad, tiene como las dos caras de una moneda, siempre.
Dijiste en una entrevista que te parecían ingenuas las personas que idolatran al narcotráfico. Hubo un furor de series como Narcos y la serie sobre Pablo Escobar y otras por el estilo y eso pegó fuerte en Colombia, sobre todo en Medellín.
¿Cómo viviste eso en ese momento? ¿Por qué crees que esas series y que esas películas tienen tanto éxito pese a que retratan como el lado más banal del fenómeno del narcotráfico?
Justamente por eso. Yo creo que ahí mismo te lo acabas de decir: porque banalizaron el mal, pero a extremos de no solo banalizarlo, sino propagarlo ya como si fuera una aventura significativa. Incluso a veces llena de adrenalina, ¿cierto? Y es todo lo contrario, pues nadie quiere vivir los desgarros que vivió también esa gente. Entonces, a un proyecto criminal lo vuelven fashion y eso sí es muy peligroso, porque lo fashion vende, porque eso es publicidad engañosa, de alguna manera. Ningún bandido vivió una realidad como las que retratan, una realidad tan ampulosa y tan voluptuosa, de hecho. No, eran cosas complejas, muy complejas. Es más, yo siempre lo he mencionado también, yo creo que no se necesitaba esa disposición de farándula, se necesitaba una disposición de criminal, que es otra cosa, hay que tener un temple de ánimo distinto para poder afrontar, por un lado, lo que había en esa época, que era una censura social absoluta contra el que se dedicaba a ese tipo de cosas, y por otro lado, pues, haber quebrado también todos los diques morales que se tuvieran para poder asesinar personas, secuestrarlas, violarlas, etcétera. Entonces, aquí (en estas series y películas) incluso van como haciendo una suerte de profilaxis de una profesión que era absolutamente grave, compleja, difícil, que no era para todo el mundo tampoco.
Leyendo reseñas de Aranjuez, pero sobre todo de La cuadra, me daba la impresión de que a veces se las abordan con cierta condescendencia, esto de “transformar el dolor en literatura”, muy centrado en la violencia, casi hasta con cierto morbo y regodeo y dejan de lado un aspecto que para mí es clave en tu obra en general, que es que hay mucho amor y hay una reivindicación del barrio, de la amistad, de la familia, un poco lo que me decías al principio.
Yo creo que se sigue haciendo también como una suerte de romantización de ese fenómeno y a mí realmente tratar ese fenómeno en mis novelas ha sido como el telón de fondo de historias que son mucho más capitales. Por ejemplo, yo considero que son novelas ambas sobre la pérdida, no sobre un barrio de criminales ni nada de eso, (sino) sobre la pérdida de un hermano, de amigos y la otra del papá y de ciertas cosas ahí en el camino, de la inocencia, de la felicidad, de muchas cosas. Pero yo entiendo que ese fenómeno de la criminalidad es complejo, porque primero fue de muy poca gente, lo que pasa es que fue una gente que hizo tanto ruido, una gente muy ruidosa y muy dañina que pareciera que fuera toda la sociedad la que estaba metida en eso. Ese retorno no me gustó mucho con La cuadra, porque hacía pensar como que en un barrio popular y en el mío sobre todo, el 90 por ciento de la gente estábamos dedicados al crimen y nada, ni de lejos, pues era quizás el diez por ciento y eso que a lo sumo, pasa que eran muy ruidosos y entonces en una sociedad eso podemos hacerlo extensivo a todo el país; todo el país no está dedicado a eso, son grupos muy pequeños, son muy ruidosos y eso es lo mismo que pasa cuando uno sale de Colombia, por ejemplo, que le preguntan por el perico (cocaína) o por la guerrilla o por el paramilitarismo, y yo, por ejemplo, en mi vida nunca he conocido un guerrillero o un paramilitar en la cotidianeidad…
…no es que uno camina por Medellín y se va cruzando con guerrilleros y paramilitares…
Exacto. A mí me molesta un poco decir como que aquí siempre se habla de eso porque se habla mucho de la violencia, eso es mentira, se habla de lo mismo muchas veces, pero la profundidad de esos temas nunca se han tocado. Yo entiendo que lo llamativo del fenómeno es la truculencia, pero es digamos una lectura muy simplista hablar que sigue siendo una novela sobre esos fenómenos; no, es una novela sobre las pérdidas.
Nadie está preparado para ver enloquecer a su padre, no puedo contemplar su locura sin enloquecer yo un poco, pero mi locura es de rabia, de dolor y de impotencia y esa mezcla engendra amarguras que no logro conjurar, quisiera partirme el cuerpo y dejarle un pedazo que le ayude a cargar sus dolencias, que le repare sus daños (…) quisiera ensanchar mi mente para que quepan sus recuerdos junto a los míos y así él no los pierda; no lo sabe y nunca lo sabrá, pero su locura me está enloqueciendo de impotencia (…) es extraño cómo necesité tenerlo a las puertas de la muerte para darme cuenta de que debí preocuparme por saber cómo hubiera preferido morir, nunca nos damos cuenta de las cosas importantes hasta que dejan de serlo, ya qué me puede importar el cómo cuando me urge el cuándo, y solo quisiera que al final de sus ojos le llegara un mínimo destello de los míos que le hiciera saber cuánto lo quiero, por eso me le acerco y sin decirle nada pongo mi frente encima de la suya.
(Fragmento de Aranjuez)
En Las travesías, que trata sobre el conflicto armado en Colombia y la violencia que arrastra el país desde hace décadas, da la sensación de que es muy difícil pensar en una Colombia en paz, como que el conflicto no va a terminar nunca.
¿Sos optimista con la propuesta de “Paz total” del presidente, Gustavo Petro?
Uno no puede ser tan ingenuo, el ser humano es difícil que viva en paz, no sólo en Colombia, que es un conflicto tan estructural y hacendrado, sino que el ser humano en realidad es muy violento y la violencia, de hecho, es muy fácil.
Yo considero que la violencia es un cáncer del afecto, porque es una forma de afecto también, pero contradictoria, enferma, dañada, es una enfermedad del afecto y nosotros tenemos un afecto muy enfermo en este país, desde siempre.
Es también como muy llamativo, pero nosotros en 205 años de vida republicana que hemos tenido aquí nunca hemos tenido un solo día de paz, jamás. Lo que van cambiando son las caras de los contrincantes, pero la razón es la misma. Mientras existan esas diferencias tan estructurales va a ser muy difícil (terminar con la violencia).
Lo que pasa es que también ahí me paso a otro lado que cada vez me interesa más y es que yo creo que hablar de estos temas tan importantes, en grande, se vuelve una entelequia, hablar de “la paz de Colombia”, hablar “del perdón de Colombia”, se vuelve una entelequia, una cosa porosa y muy plástica que se le puede poner a todos y sobre todo el discurso, pero que objetivamente no se cumple, porque ningún proyecto ni de paz ni de perdón puede decretarse, es una cosa interna.
Cada vez me interesan más las revoluciones internas; yo creo que lo único que sí puede cambiar es que cada uno de nosotros nos vamos dando cuenta de cuánta participación tenemos en eso que llamamos “la violencia” y dejemos de hacerlo. El subtexto del acuerdo de paz era el perdón y el perdón es una cosa íntima, personal, yo lo que tengo que hacer en un proceso de paz es saber que tengo que vivir con un man que es mi enemigo de toda la historia y no matarlo. Hasta ahí puede llegar un proceso de paz. Un perdón es un proceso íntimo que se llega o no a él y el que llegue a él va a vivir mejor, el que no, tiene que aprender es a vivir con un enemigo que ha tenido toda la vida, sin matarlo, sin agredirlo, eso es otra cosa muy distinta y eso sí es posible si tenemos las condiciones suficientes para poder compartir un territorio con alguien, así yo no lo perdone. Es que no es necesario perdonarlo.
También en Las travesías la violencia es como una masa uniforme en la que ya cuesta distinguir si los que la ejecutan son paramilitares, guerrilleros o el ejército. Lo vi como algo deliberado de tu parte, como una manera de decir que no hay buenos ni malos, que son como las diferentes caras de un mismo problema, ¿es así?
Por supuesto. Yo tampoco pensaba hacer una cosa especifica y echarle mierda a este o a aquel, no, pero sí como mirar que todos hemos tenido un porcentaje alto de culpa, ¿cierto?, y que en realidad nuestro pensamiento es muy violento y además nuestro pensamiento es muy vengativo y creemos que ecualizar las desigualdades es vengarnos. Me acuerdo un poco de la frase de Mark Twain de que el esclavo no quería ser libre sino ser el amo, aquí es un poco eso, el que ha sido víctima no quiere, digamos, nivelar las cargas, sino vengarse y eso es muy pernicioso y muy jodido.
Te quería preguntar sobre la música. Por un lado está tu relación con el grupo de rap Alcolirykoz, que son de ahí de Aranjuez, pero también, por ejemplo, el personaje de Wenceslao, con ese fervor tanguero que compartía con tu padre.
¿Qué lugar ocupa la música en tu vida? ¿Seguís escuchando tango o era algo que hacías solamente con tu padre? ¿Cómo te influye lo musical a la hora de escribir?
Yo soy pero así, un melómano enfermo, pues; salvo que esté escribiendo, leyendo, estoy escuchando música siempre y soy tanguero, pero mal, pues. Y de Uruguay soy fanático de mucha gente: Jaime Roos, Ruben Rada, Horacio Ferrer, todos los tangueros uruguayos son muy poderosos. Y el Gardel quizás es de Tacuarembó (risas).
Yo soy muy, muy tanguero, pero también muy salsero y también muy rockero, tengo la remera de Dylan (muestra la remera), Dylan es ley. La música es fundamental, porque usted puede vivir sin todas las otras artes, sin literatura, sin cine, pero sin música no, la música está en todas partes, por donde pasa está. De hecho, todos tenemos como una suerte de banda sonora indirecta, a mí me pasa, por ejemplo, con toda esa balada de los sesenta en español, Sandro, Camilo Sesto y tal, que yo no las reconozco, ni sé cómo se llaman, ni quién es el cantante, lo que sí me pasa es que me las sé todas.
Las tenemos incorporadas.
Claro. Yo creo que nuestra verdadera identificación, incluso literaria también, es con la música, ahí es donde están las verdaderas historias que todos conocemos, ese es el verdadero arte popular. Se puede vincularse uno con una novela, pero así sea muy buen lector, se tarda ocho o diez horas (en finalizarla), una canción en tres minutos tiene ya la información. Digamos que puedo decir que la música es más abarcante, más poderosa y todo eso. Yo no conozco y creo que no existe nadie que diga que a él no le gusta la música, puede decir que no le gusta un género, es cierto, pero no que no le gusta la música. Es muy parecido al sexo, usted puede decir que le gusta de x o cualquier manera el sexo, pero no que no le gusta.
Hasta hacía poco la mayor aspiración era crecer rápido para conseguir un trabajo que permitiera ayudar a la familia, menesterosa por lo regular, pero con la llegada del hampa al barrio ese auxilio se podía conseguir sin ser mayor de edad y aparentemente sin tanto esfuerzo, además de mucho más cuantioso, con el agregado de que a la par del dinero se adquiría prestigio y respeto, algo que no otorgaba sino el crimen, no la riqueza y el trabajo, ni mucho menos el estudio, solo el crimen, y para quienes nacimos en un barrio popular de una ciudad como esta, el respeto es más necesario para sobrevivir que el aire, sin él no se es nada o, mejor, no se es nadie, y un don nadie en una jungla de concreto, como son las cuadras de estos barrios, no sobrevive, y si lo hace la pasa muy mal, es la eterna víctima.
(Fragmento de La cuadra)
Una de las cosas sobre Aranjuez que me parece como más evidente es el homenaje a tu padre, pero creo también que es un homenaje a una manera de ser padre que no sé si sigue existiendo o si es tan común como hace unas décadas.
Yo había visto en el arte en general y en la literatura en especial que aparecían como dos tipologías del padre: uno muy heroico, de muchos personajes públicos, que los hijos de los personajes públicos escribían sobre ellos y tal, y veía también el mal padre, ¿cierto?, desde Carta al padre de Kafka y de hecho desde el Ulises, de Homero y tal, entonces eran como esas dos tipologías. Y en los barrios populares había padres que me parecían casi que un arquetipo, como el tipo borracho que abandona y tal, y yo crecí de verdad en los barrios viendo a padres que tenían muchos defectos, pero que eran tremendos papás; por ejemplo, papás muy borrachos, pero que se buscaban la vida por sus hijos. Casi que el borracho por definición es mal papá y yo vi borrachos muy buenos papás o papás como el mío que sí, o sea, tenían serios problemas de comunicar su afecto, pues, pero eso no implica que no lo sintiera y que no hiciera actos muy poderosos para demostrarlo. Eso incluso lo pongo en la novela, yo decía, “papá, ¿vos si me querés?”, y me decía, “¿cómo no lo va a querer uno a ustedes, huevón?”, (risas) o sea, casi como regañándome. Ese tipo de cosas yo quería recuperarlas, porque era lo que yo había visto, que había padres así y que me parecía que no habían sido muy bien elaborados por la literatura y por el arte en general, entonces sí, de alguna manera lo que yo quería era también voltear la torta, (y escribir) también de padres que les costaba ser padres, pero que tuvieron que afrontarlo y lo llevaron adelante.
Hablabas del alcohol, también lo mencionás mucho en tu obra y quería saber si para vos fue un motor para escribir, si fue un obstáculo, si fue una compañía o si fue todo eso junto.
Yo he pasado con el alcohol una historia larga y sinuosa, difícil, en donde no para escribir, pero para mi vida, he tenido todas las opciones que has propuesto. Tuve una época con el alcohol en que fue una compañía y era bacano y sentarme a escuchar la música bebiendo daba como cierta hondura, que es distinta, y enfrentar a la vida de esa manera fue interesante; después se volvió también ya problemático, hasta que se volvió ya un enemigo pues, ya estaba muy enganchado con problemas físicos y tuve que terminar en un hospital. Yo he tenido una relación muy ambivalente con el alcohol. Hablo de eso en esta otra novela nueva que va a salir el otro año, espero. Hablo de lo que ha sido el alcohol, como cuando ya se le empieza a uno a meterse con cosas muy jodidas y pierde el encanto que tenía de la compañía, de la felicidad, de la alegría y empieza a volverse todo lo contrario.
Yo he tenido el alcohol muy cerca en la vida y no siempre de la mejor manera.
Santiago Gamboa dijo que eras un sobreviviente. ¿Te consideras un sobreviviente? ¿De qué?
Sí y no, o sea, un sobreviviente por supuesto, todo el que tenga 46 años en este país es un sobreviviente, y que haya vivido en un barrio como el mío y tal es un sobreviviente, pero no con la intención retórica de diferenciarme del resto. A mí me parece que uno de los grandes problemas que tenemos en este país, y creo que en el mundo, es en el lenguaje y es que el lenguaje nos convalida ante ciertas cosas, entonces uno decirse en este país víctima o sobreviviente, en un país donde de verdad sí hay gente que está a un punto de caer al abismo, me parece hasta irrespetuoso, entonces, yo no, en ese sentido jamás, digamos que en un sentido mucho más vital, todos somos sobrevivientes de una realidad tan hostil como la que nos ha tocado enfrentar en este país, pero no a mí pues, yo dentro de lo que cabe, dentro de haber nacido en una familia pobre y tal, he sido un privilegiado, porque tuve acceso a la ilustración, porque tuve unos padres que me aman profundamente y me amaron profundamente, un privilegiado porque, pues, mira a quien están entrevistando desde Uruguay, esto no le pasa al 99 por ciento de las personas, entonces yo no puedo desconocer eso, me parece hasta ofensivo. Hay gente que sí es sobreviviente, gente que sí es víctima.
Gilmer Mesa (Medellín, 1978) es escritor y docente universitario. Es licenciado en Filosofía y Letras y magíster en Literatura. Ha publicado las novelas La cuadra (2016), Las travesías (2021) y Aranjuez (2023), todas por Penguin Random House.