“'Maldeniña' es una metáfora de lo que es la escritura para mí en este momento”
Con la escritora colombiana Lorena Salazar Masso.
Isa es una niña inquieta que quiere que su padre le preste atención. O que al menos haga como si supiera que la niña existe y él está ahí para ella. Pero ese padre nunca está, ni para ella, ni para nadie, y el hotel que regentea y en el que vive Isa va cayendo en el mismo olvido que el poblado perdido en el que están. En el mismo olvido que va envolviendo a la pequeña niña que se baña sola y a oscuras, que quiere ayudar en la cocina y en la huerta, pero que ya casi no come, que evita la escuela, que sufre por un dolor de barriga. Que tiene maldeniña.
Después de la muy buena Esta herida llena de peces (Angosta Editores y Editorial Tránsito, 2021), la historia de una mujer blanca que se embarca al río con su hijo adoptivo negro, una novela sobre los miedos, la maternidad y la violencia, en la que se puede leer la historia de Colombia de estos últimos años, Lorena Salazar Masso (Medellín, 1991) vuelve con Maldeniña (Tránsito, 2023) para narrar el abandono paterno desde la mirada y la percepción, desde las ilusiones y decepciones de una niña, mostrando también otro abandono, el estatal, que arrastra a la decadencia y a la desparición a cientos de lugares perdidos en la inmensidad colombiana.
Con su segunda novela, Salazar Masso se confirma como una de las mejores escritoras actuales, con textos de una fuerte impronta poética, que no caen ni en la victimización ni en el juicio y en los que la naturaleza tiene un espacio predominante, casi protagónico, para contar una Colombia que todavía busca cómo recuperarse de sí misma.
Naciste en Medellín y de niña viviste en el departamento del Chocó. ¿Cómo fueron esos años allí? Has contado que siempre te sentiste extraña y quería saber si eso influyó después en tu literatura, donde hay personajes que están en ese lugar foráneo, forastero.
Hay una influencia en el sentido de que la niñez y la infancia marcan, en gran parte, todo lo que escribimos. Entonces para mí, el Chocó y (el municipio de) Quibdó, especialmente, siempre va a tener una presencia en lo que yo haga; así no se note, así sea solamente en la escritura, en el esqueleto, ahí está como plasmado.
Cuando llegué al Chocó, lo más impactante para mí fue primero el clima y segundo la acogida, lo que sentí como comunidad, que donde yo vivía no lo sentía así. Aquí sí sentí un cambio muy grande…claro, llegas de otra parte a un lugar, un poco pidiendo permiso y al serme concedido ese permiso me sentí acogida, bienvenida y eso cambió totalmente el sentido de lo que hoy puedo nombrar como comunidad, empecé a sentirme mucho más acompañada, más allá de mi familia. Eso sigue pasando hoy. Ya no vivo allí, mis padres viven allí, entonces viajo constantemente, pero ese sentimiento sigue y creo que seguirá estando allí, porque hace parte del ADN de la cultura.
¿Que Esta herida llena de peces transcurra en el río Atrato, que pasa por Quibdó, y que sea protagonizado por una mujer que viene de afuera, pero que es bien recibida, ¿tiene que ver con tu propia experiencia allí?
Para muchas personas el río es lo que para otras es el cielo, o para quienes viven frente al mar, el mar, o la naturaleza, los árboles, el campo, que son de alguna forma su dios o un personaje más en este caso. No solamente porque el río alimenta y es un medio de transporte, sino porque el río, tan imponente, siempre está allí, unas veces crece más, otras menos, pero es como si fuera un dios. Entonces, cuando yo me siento a escribir y quiero escribir una historia que me permita habitar un espacio que me es familiar, por el que siento mucho cariño, respeto y demás, pues empiezo en el río.
En tu primera novela hay una mujer que lleva a su hija adoptiva a conocer a su madre biológica y en Maldeniña no sabemos mucho de la madre, pero el padre, que sí es parte de la vida de la niña, es más una ausencia, alguien que no está muy presente. Hay un contrapunto allí, no sé si deliberado, pero bastante claro.
Es muy curioso, porque las dos novelas surgieron casi al tiempo. Yo tenía Maldeniña en mente desde antes de Esta herida...pero lo tenía como un montón de notas fragmentarias y no me lanzaba a escribir una novela porque no encontraba la forma aún. Tenía algunos personajes y el pueblo, pero todavía no tenía claro muchas otras cosas y cuando me siento con Esta herida… ya empiezo a ver mucho más claro ese recorrido y lo que va a pasar. Entonces dejo allí Maldeniña -en ese momento no tenía nombre-, pero sí que hay una conversación para mí en cuanto al tema de la ausencia, por supuesto y del apego o el desapego, de esa necesidad de ser aceptados. En el caso de Esta herida…, la mujer quiere ser aceptada por la comunidad, por las mujeres, por el niño y el niño es la forma que encuentra para ser aceptada por toda la región, aunque al final eso se pierda, y en Maldeniña, Isa está todo el tiempo queriendo ganarse ese amor, esa aceptación que es finalmente ese amor del padre. Ahí hay una conversación.
Me gusta mucho Marosa di Giorgio, el ritmo, esa forma de trastocar la sintaxis para decir lo que ella quiere decir en ese mundo que ella se ha creado, para llevarnos al Salto sin siquiera haberlo conocido, para llevarnos al jardín de su casa. Eso me parece bellísimo y me interesa mucho…en todos los Papeles Salvajes está ese jardín, está el Salto, está Uruguay, entonces me gusta mucho cómo en lo pequeño puede caber todo un universo.
También están los niños como personajes. En Maldeniña mucho más, quizás en Esta herida… es un protagonismo compartido con la mujer, pero ahí hay también una “conversación” entre ambas novelas.
¿Cuáles fueron los desafíos de escribir una novela desde la mirada de una niña?
Escribir desde el niño es más difícil, porque al niño no se le puede engañar. Aunque no lo parezca, los niños merecen mucho más respeto del que a veces les damos, entonces esa mirada, que en la primera novela está en el niño, también está en los personajes: los viejos son un poco niños y los niños son un poco viejos. Me interesa mucho cómo se mezclan, cómo una cosa está tan cerca de la otra. Y ya en Maldeniña sí intenté como reflejar mucho más una niña que vive en un ambiente viejo, desolado, en un pueblo sepia, y empieza a tomar cosas de viejo: las canciones, la música, las conversaciones, incluso las labores del día a día. Entonces, sí que hay una conversación directa en cuanto a eso.
¿Maldeniña es una expresión coloquial de alguna zona de Colombia o es un término que inventaste? Y en cualquier caso, ¿qué significa?
No existe maldeniña. Esto se me ocurrió un día en una conversación con una amiga. Pero sí que existe el “mal de ojo”, cuando alguien le ha hecho daño a otra persona, es algo presente en Latinoamérica. Pero hablando con mi amiga yo estaba intentando explicar desde qué punto me nacía escribir y estaba hablando de eso viejo y de eso niño y de ahí me salió que a mi modo de ver escribía desde un maldeniña, siendo esto diferente a la historia, por supuesto, pero desde unas ganas de explorar todo lo niño, pero llevándolo hacia lo melancólico, lo avejentado. Es como si la novela fuese un poco una metáfora de lo que es la escritura para mí en este momento o lo que ha sido hasta ahora. Isa lleva un poco esa vida y me parecía interesante que ese maldeniña, que para mí también es la escritura, cuando estás escribiendo, o hay un esfuerzo especial, o una conexión con otros momentos y otros tiempos, ese maldeniña duele. Creo que eso me permitía hablar hacia afuera de lo que es la novela y lo que le pasa a Isa, y también hacia adentro, a nivel personal, del proceso de escritura.
¿Vivís la escritura como un proceso doloroso?
Doloroso físicamente sí, porque duele mucho la espalda (risas). Doloroso emocionalmente, claro. Creo que cada novela tiene su dolor. Esta herida…, por supuesto, es un dolor nacional, un dolor que va mucho más allá de mí, que es más social, pero también está el dolor de la infancia y en Maldeniña está ese dolor de la infancia, pero también ya más un dolor del ser, del abandono, de todo esto que siente Isa al intentar hacer que su padre la tenga en cuenta y no lograrlo. Todos en algún momento hacemos eso, no solo con el padre, sino con un hermano, con una pareja, con una ciudad, un pueblo, un país. Eso siempre va a traer sus momentos de dolor, porque es bucear adentro y lograr dilucidar un poco qué pasa con esto.
Dando vuelta un poco esto que me decís, en Maldeniña también está muy presente el abandono estatal, esos lugares perdidos, que pueden estar en Colombia como en cualquier otro país de Latinoamérica, donde el Estado no llega de ninguna manera: no hay calles, no hay rutas, no hay servicios, no hay nada.
Me llama mucho la atención, ni siquiera es que me proponga escribir de eso puntualmente, pero de momento incluso no me veo escribiendo acerca de una ciudad. Me aburro yo misma, a lo mejor. Pero al haber nacido en Quibdó, donde tuve esa sensación constante de “no nos miran, aquí no saben que existimos, no tienen ni idea que esta parte existe en el mapa” y muchos otros lugares donde he estado y he visto eso, me siento muy identificada. Es como si mi mirada se fijara en esos lugares y me gusta entrar y ver qué pasa allí. ¿Qué pasa en un lugar donde no pasa nada? Donde no hay conciertos, donde no hay un supermercado, donde ni siquiera hay una emisora de radio. ¿Cómo se entretienen las personas? Cuando hay un evento en el pueblo el fin de semana y las personas dicen “qué bueno que llegue el fin de semana” y allí no pasa eso, ¿cuál es la ilusión que los hace tirar para adelante? A lo mejor, ninguna. O a lo mejor, son pequeñas ilusiones, como sembrar unas coles.
En Maldeniña hay un epígrafe de Marosa di Giorgio, también uno de Felisberto Hernández, en un momento en la novela alguien canta Balada para un loco, de Piazzolla. En Esta Herida mencionás a Atahualpa Yupanqui, a Alejandra Pizarnik. Todo muy rioplantense. ¿Cómo llegaste a todos ellos?
A Pizarnik me acerqué hace un tiempo, pero la primera vez que conecté con ella creo que me ayudó a encontrar un poco o a entender un poco -porque creo que el proceso es largo-, qué me interesaba de la escritura. Ese ir al centro, esa forma de acercarse a su ser niña, ese rondar las cosas. Todo su universo me maravilla, me gusta mucho su forma de escribir, su mirada, todo, más allá de esa imagen de poeta maldita que le han puesto encima y que le quita peso a la gran estudiosa que era.
Luego, encuentro a Felisberto y encuentro de la mano, en ese grupo, a Julio Ramón Ribeyro, que los dos me capturaron mucho. Luego a Marosa y para mí se convierte como en una fuente de inspiración, por supuesto, pero también de pensamiento, entonces, cuando los estoy leyendo, siento que estoy pensando el tiempo que me están ayudando en eso que estoy buscando y que uno está creando casi siempre a ciegas. Me gusta mucho Marosa, por supuesto, el ritmo, esa forma de trastocar la sintaxis para decir lo que ella quiere decir en ese mundo que ella se ha creado, para llevarnos al Salto sin siquiera haberlo conocido, para llevarnos al jardín de su casa. Eso me parece bellísimo y me interesa mucho…en todos los Papeles Salvajes está ese jardín, está el Salto, está Uruguay, entonces me gusta mucho cómo en lo pequeño puede caber todo un universo. Soy una gran admiradora, de hecho tengo aquí al lado un libro de ella, Marosa, de Alicia Torres y Ana Inés Larre Borges. Mi esposo lo consiguió no sé cómo y es mi tesoro (risas).
La tuve muy presente a la hora de escribir, porque quería que la novela tuviera un sabor a tierra y me parece que ella lo tiene y Felisberto también, por esa forma de empezar y terminar siempre como a medio camino. Eso me encanta.
También has hablado de Onetti y de Rulfo y ya que estamos hablando de autores uruguayos, ¿qué encontrás en tu obra que lo asociás con Onetti, ¿Qué te aportó Onetti a tu escritura?
Creo que principalmente el espacio, la ambientación, los pueblos, las calles, ese color. Tomé mucho de Onetti y de Rulfo también, cómo pintar, intentar pintar todo como de un color amarillo, avejentado, sepia. Eso me llamaba mucho la atención y me sigue llamando la atención. Porque siento que, sin ser nombrado, aporta también un montón al ritmo. Pareciera que no y pareciera que por ser un color va por otro camino, pero para mí, no. Me llamaba mucho la atención cómo traerme esos colores. Me pasa mucho también con la música. Me gusta escuchar música. Ahora que hablabas de Piazzolla, es, “este ritmo, ¿cómo lo puedo traer? ¿Cómo tomo algo de aquí y lo llevo a la escritura?”
Creo que cada novela tiene su dolor. Esta herida llena de peces tiene un dolor nacional, un dolor que va mucho más allá de mí, que es más social, pero también está el dolor de la infancia y en Maldeniña está ese dolor de la infancia, pero también ya más un dolor del ser, del abandono, de todo esto que siente Isa al intentar hacer que su padre la tenga en cuenta y no lograrlo.
Me hablabas recién de lo melancólico en Maldeniña y creo que Onetti y Rulfo tenían mucha melancolía en su obra. No algo explícito, sino quizás como sobrevolando todo, algo más intangible.
Sí, total. Y es una cosa melancólica que no se queda en el lamento, el lamento de la mala poesía, por ejemplo, si no que va mucho más allá. Está pasando la vida y la melancolía hace parte, como hace parte el sol, el viento, está siempre ahí, no es un señalar la melancolía, sino que es algo que se respira y que está todo el tiempo allí y que nos lo hacen sentir. También lo tiene Pizarnik, por supuesto, pero eso sí por montones. Todo ese mal de Saturno en su poesía, incluso en lo que escribió de prosa y en los diarios.
Hay dos temas muy presentes en tus libros: la violencia del conflicto armado, sobretodo en Esta herida…y la selva, los ríos, esa naturaleza abrumadora de Colombia. Pienso en Vanessa Londoño, por un lado, también en Evelio Rosero, que han escrito sobre esto.
¿Qué otros autores colombianos están abordando estos temas?
Los que ya mencionaste, por supuesto, los tengo leídos y me parecen muy interesantes. También Daniel Ferreira con La Pentalogía de Colombia. Allí explora desde diferentes puntos, incluso el de una cantina, todo el tema del conflicto. Y también creo que tiene una influencia fuerte, no solo de García Márquez, sino de Rulfo. También Juan Cárdenas, que tiene en sus libros Elástico de sombra, El diablo de las provincias, Los estratos, un punto marcado muy fuerte también, de esos espacios, de esos lugares y también de la cultura y esa forma en que la escribe, sin trastocarla, sino evidenciándola desde su escritura, desde toda la composición y el trabajo que hay detrás, pero que no se ve alterado, no se ve como intentando imitarlo a través de la escritura, que es algo en lo que uno puede caer fácilmente. Es muy particular los juegos que tiene, su forma, su mirada, para contarnos lo que está allí, para llevarnos allí y no pasarnos solamente su sesgo, sino llevándonos a ese lugar. Eso me llama mucho la atención y me mueve muchísimo. También hay una belleza en los libros de Margarita García Robayo, que más que de lugares olvidados, ella habla mucho de la pertenencia. También eso nos puede llevar, sea cual sea el lugar, a que pensemos en lugares olvidados.
En una entrevista dijiste que para Maldeniña pensaste mucho más en la escritura que en Esta herida… ¿A qué te referías con ese “pensar más” y qué te aportó de distinto al proceso de Esta herida…?
Me aportó más disfrute. Un disfrute que no conocía. Con Esta herida… tenía que cumplir con entregar la novela y el disfrute a lo mejor iba por otro lado. Pero en este caso fue sentarme a pensar qué me interesa de cada cosa, por qué un tema, o una forma de abordar un tema. Me pareció emocionante sentarme y pensar, como decía Virginia Woolf, en las cosas en sí. ¿Me interesa esto o no me interesa? ¿Por qué estoy escribiendo esto? ¿Por qué es una niña? No es porque quiera hacer un statement feminista, no. Sencillamente, este personaje me va a mostrar mucho más de eso que quiero intentar mostrar. Creo que era una pregunta o una pausa importante que quisiera seguir haciendo siempre y es: ¿esto por qué lo estoy escribiendo? ¿Hay detrás un mandato de una ola de escritura, realmente me interesa, o hay un miedo porque me falta investigar algo y entonces tengo que ahondar más?
También dijiste que la luz del día te desconcentra para escribir. ¿Cómo es tu rutina de trabajo cuando estás con una novela?
Cuando estoy con una novela procuro escribir todos los días. Hay momentos…cuando hay una pausa para pensar, no puedo escribir, siento que tengo que estar pensando, leyendo, ver una película y estar buscando. Esas pausas son muy provechosas para mí. Pero cada libro tiene esa rutina diferente, porque debe responder a cada libro. En este caso sentía…era muy curioso, porque estaba relacionado a la novela. La novela tiene muchos amaneceres y muchos atardeceres y yo solo me concentraba si escribía al amanecer o al atardecer o por la noche. Como que el exceso de luz me desconcentraba. No sé si va a ser así en adelante, pero sí me ha pasado siempre que necesito poca luz. ¿Por qué? No lo sé. Ha de ser que soy muy fotosensible.
¿Sos de sentarte muchas horas seguidas o te queda mejor hacerlo durante un par de horas nada más y parar?
De escribir siempre serán un par de horas, máximo tres horas, porque agota muchísimo. Es como si uno estuviese actuando todo lo de los personajes en ese momento. Y ya en cuanto a pensar sí, puede ser mucho más tiempo, despierta, dormida.
¿Te dedicás full time a la escritura?
Por ahora, no. De la escritura es muy difícil vivir. Vivo de la escritura en el sentido de que trabajo con otros proyectos, escribiendo siempre. Además soy publicista, entonces a veces tomo proyectos de eso, pero a la larga todo siempre es escritura, entonces podemos decir que sí. Los libros me han abierto puertas para poder trabajar, entonces podríamos decir que sí.
Hemos hablado de la realidad actual de Colombia y quería preguntarte: ¿qué valoración hacés del Gobierno de Gustavo Petro? ¿Cómo ves este intento de la paz total, después de más de 50 años de conflicto armado?
La búsqueda de la paz es más que necesaria. Es indispensable y lo será para todos los gobiernos. Pero a mi parecer es un proceso que va más allá y un nombre como “la paz total” es un poco grandilocuente para una búsqueda de tantísimos años. Entiendo la intención, la idea de cambio y todo lo que hay detrás, pero la promesa “paz total” parece muy difícil de cumplir y un tanto peligrosa. Creo que hay muchos sectores que en este momento se sienten defraudados por el Gobierno, porque muchas de esas propuestas grandilocuentes no han empezado a cumplirse y otras están como en un camino bastante lento. Aunque por primera vez en mucho tiempo se haya volteado la mirada a otras partes del país, olvidadas, como han sido estas regiones de las que hablamos, asimismo, la importancia de hablar de esos lugares merece que esas promesas sean cumplidas con celeridad y creo que a veces el asunto se queda mucho en un discurso y hace falta mucha más ejecución, porque lo necesitamos urgente. Si lo elegimos es porque lo necesitamos urgente. Es sumamente complejo, pero seguimos con la esperanza. Si al menos se siembra la semilla de la conversación y de que esto quede de aquí en adelante, porque grupos armados hay muchísimos y lograron una negociación con uno de ellos, entonces que quede la semilla de la conversación y de esa búsqueda de la paz. Eso sí creo que puede pasar. Ahora, que lo logremos…ya veremos.
Lorena Salazar Masso (Medellín, 1991) es escritora y publicista. Ha escrito las novelas Esta herida llena de peces (Angosta Editores y Editorial Tránsito, 2021), que fue traducida a varios idiomas, y Maldeniña (Tránsito, 2023). Es magíster en Narrativa por la Escuela de Escritores de Madrid.